¿Cuántas veces hemos escuchado la frase: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”? O las mil variantes de la misma… Esto nos invita a hacer del trabajo parte fundamental de nuestra vida, de nuestra misión… porque claro, si hemos de estar ahí la mitad de cada semana ¡Pues que valga la pena! ¿No?
Y así hemos hecho de nuestro trabajo u ocupación parte de nuestra identidad… de lo que nos define como personas. Recuerdo entrar en crisis en los últimos momentos de la preparatoria por no poder decidir lo que iba a HACER el resto de mi vida, porque de eso dependía lo que iba a SER… Poco iba a saber en ese tiempo que estudiar una carrera sí iba a ser clave en mi vida, pero no definiría mi destino.
Con los años, el trabajo se vuelve tan medular que es común decir “amo mi trabajo” o “mi equipo es mi segunda familia”. El entorno laboral pareciera ocupar cada aspecto de nuestras vidas, encontramos ahí amigos, logros, reconocimiento, grandes ejemplos y sensación de control.
Un refugio.
Definitivamente, el trabajo puede ser nuestra vocación y lo que nos llena… pero ¿qué pasa
cuando lo convertimos en nuestro refugio? Cuando el trabajo se vuelve escape disfrazado de
productividad, cuando nos cuesta trabajo poner el límite adecuado entre mi yo profesional y mi yo a
secas, cuando estamos huyendo de algo.
Hay que preguntarnos si no hemos convertido el trabajo en un mecanismo de evasión. Nos
sumergimos en pendientes que podrían esperar o ser delegados para evitar tener que enfrentarnos a
situaciones familiares, conflictos personales, labores domésticas que no nos gustan pero son necesarias,
emociones incómodas, decisiones difíciles o incluso al simple aburrimiento. Como lo mencionamos antes,
por una falsa sensación de control que en nuestra vida personal no logramos tener…
Por mencionar un ejemplo… Quizás en el trabajo soy un gran elemento, me siento fuerte y
segura… y como mamá me siento torpe, deficiente y fuera de mi zona de confort… así que invierto mi
tiempo y esfuerzo en el trabajo para evadir esa sensación y reafirmar mi valía.
¡Atención! Mantenernos ocupados y productivos puede ser, en realidad, una manera de
no mirar hacia adentro.
¡Procrastinando andamos!
Procrastinar es el acto de posponer tareas o decisiones importantes sustituyéndolas por
actividades más agradables o irrelevantes. Generalmente asociamos este término con la flojera, creyendo
que a quien procrastina le faltan las “ganas” de hacer; pero más bien tiene que ver con la carga
emocional que las actividades nos generan: “no quiero sentir lo que esta tarea me hace
sentir” … en la mayoría de las veces con todo y la conciencia de las consecuencias negativas.
Normalmente diríamos que quien no puede ser productivo en el trabajo, está cayendo en esta
situación por motivos personales… pero ¡también puede darse a la inversa! Llenamos nuestro tiempo de
pendientes laborales para no enfrentar situaciones que tenemos en casa.
¿Cuál es el problema con esto? Podríamos pensar que hasta nos hace más valiosos para la
sociedad por lo que aportamos… pero ¿qué crees? el día que faltemos, en el trabajo podemos ser
reemplazados… EN CASA y en TU FAMILIA, NO. Sin mencionar las consecuencias a largo plazo que se pueden
generar por priorizar el trabajo sobre la vida personal como el conocido “burn out”, la depresión, la
soledad y sensación de vacío.
¿Cómo romper el ciclo?
● Hazte preguntas incómodas: ¿Qué estoy evitando al trabajar tanto? ¿Qué emociones me incomodan
cuando no estoy ocupado? ¿Por qué me incomodan?
● ¡PRIORIZA! En esto y en cada situación, la clave puede estar en tener claras tus prioridades y
actuar conforme a ellas.
● Fija horarios claros: un horario es un acto de autocuidado, no de rigidez… respeta el tiempo
de descanso y espera a que surjan nuevas ideas del ocio.
● Crea rituales de pausa para reconectar contigo: leer, caminar, escribir, meditar o simplemente
respirar antes de cambiar de tarea.
● Divide tareas grandes en pequeños pasos: esto reduce el miedo que provoca la procrastinación.
● Pide ayuda: hablar de lo que te preocupa con alguien de confianza puede evitar que el trabajo
sea tu único refugio.
● Haz las paces con lo incómodo: encuentra lo que te incomoda, acéptalo e inicia el camino de
recuperación.